miércoles, abril 29, 2009

Recuerdo de la cuidad sus calles grandes y el tráfico complejo, también la vereda repleta de gente casual, de traje o en harapos. Los olores a gases de autos y comida rápida. Las gaviotas olvidadas en el descontrol de edificaciones y la noche blanca por las luces. De Valparaíso tengo el gusto de express en la boca, de desenfreno y hasta de flores y verduras. Me enamore de todo eso y mas, de todas sus ambientes e imperfecciones, de las ventanas abiertas y la arquitectura vieja, de todas las historias hiperventiladas que, como sabanas secándose con sal y sol al viento, hablan. Y así Corren desde lo alto del cerro al plan los pies mas sucios y fuertes a trabajar, corren al puerto o al mercado, limpiar la plaza, atienden puestos de artesanías, venden alcohol, todos a su demente manera porteña. Valparaíso es patrimonio de la Humanidad, de cuentos y leyendas, acá se forman héroes y villados aclamados, guerrilleros sin padres ni cabales, fantasmas perdidos por el laberíntico pasado de grandes embarcaciones extranjeras, mujeres entregadas a sus trajes, cuerpos masculinos con labial, sombra y base. Lo único que no tiene esta población es normalidad, le sobra esa cualidad de correcta inmoralidad y le falta silencio y cordura. Siempre inquieta prende de noche mas que de día, los bares son hoteles de ebrios y las discos de actitudes sexuales inapropiadas, afuera de ellas hay colas enormes para comprar comida y mientras se espera se oye a Neruda recitando verdad, justicia y libertad y cuando tienen tu pedido te llaman "compañero, aquí tiene su ración" Son todos pescados locos salidos del mar. Ni de derecha ni izquierda están todos con el pueblo y la plata. Es una rica ambigüedad retorcida, como las peleas de gatos y perros. Casi todo depende de la suerte no de cuanto te persignes, aunque iglesias sobran. Hay una magnánima en la Plaza Victoria muy dominante y soberbia esta le hace sombra a la multitienda Ripley que esta cerca, allí venden ropas a crédito y con tarjeta. Aledaña a todo esta la Severin una biblioteca que se impone blanca y solitaria. Yo sencillamente la amo. La ame siempre. Es preciosa. De Valparaíso me atrae la idiosincracia de su gente nativa, su cotidianidad, la rutina en que se desenvuelven día a día, sus costumbres, actitudes, manera de enfrentarse al otro, de verlo, oírlo y compartir con el. La capacidad de hacer sentir que uno no esta solo junto a ellos sino con ellos, la suma de todos sus rasgos distintivos que tienen como resultado su identidad particular dentro de Chile y el resto de los países latinoamericanos. La esencia marina del optimismo y el trabajo. A pesar de su desorden violento y la suciedad antihigiénica de sus cunetas y rincones desabitados, como nortina me asombro de cómo los porteños no se detienen ante tanta majestuosa infraestructura y ahora con el tiempo lo comprendo, el porteño es parte fundamental de esa bizarra maravilla de casas coloridas, iglesias orgullosas y plazas verdes, de todo ese olor a pescado y fruta, de los ruidos y los asaltos, de su alegría e indolencia.